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«Y vosotros, ¿para qué estáis luchando? ¿Para qué arriesgáis vuestras vidas? Creo que por una galaxia libre. Una galaxia en la que cada mundo decida a su manera lo que le parezca mejor, produzca su propia riqueza para su propio bien, y no sea esclavo ni amo de nadie.»
Es la segunda novela publicada del Buen Doctor, la primera de la Saga Imperio y la que continúa a la Saga de los Robots, muchísimos años después. La radiactividad de la Tierra es explicada como el resultado de una guerra nuclear que la dejó prácticamente inhabitable, lo cual lo hace inconsistente considerando el final de “Robots e Imperio”. Lo mejor es pensar, como les gusta a muchos hacer, que esa diferencia no es más que el resultado de la desinformación sobre una lejana Tierra y la fragilidad de la memoria colectiva. Pasamos de 50 a 1099 mundos habitados, lo cual convierte en un éxito total el sueño de Elijah Baley y compañía sobre una civilización expansionista.
Los tyrannios dominan un imperio de 50 mundos en la Nebulosa Cabeza de Caballo. Su planeta natal, Tyrann, es algo parecido al Arrakis de Frank Herbert pero sin la melange; de hecho, también existe una suerte de feudalismo espacial en estos Reinos Nebulares. Liderados por su Khan, los tyrannios controlan incluso la navegación espacial de sus mundos gobernados, un imperio tirano que lleva a un camino inevitable: la rebelión.
Creo que se disfruta y que finalmente no llega a ser mala. He leído suficiente Asimov como para atreverme a decir que esta es una de sus novelas de ciencia ficción menos llevaderas. Situaciones un poco obvias, un amorío casi instantáneo, personajes nada entrañables y un final con una premisa bastante improbable. Esto último parece haber sido culpa de H. L. Gold, editor de la revista Galaxy, y de un Asimov joven y persuasible.