"Don Eugenio Montesinos colgaba el gabán en el perchero de la entrada y la enfermera le ponía delante la bata blanca.
—¿Muchos clientes, Beatriz? —preguntó con acento algo cansado.
—La sala llena, doctor.
Don Eugenio se abrochaba la bata y miraba en torno con expresión ausente. El y Lita habían remozado todo cuando dejaron aquél amplio y lo convirtieron en clínica únicamente, para irse a vivir a las afueras en un palacete recién construido, donde, dicho en verdad, había invertido casi todos sus ahorros.
Nunca le pesó haber hecho del piso una moderna clínica. Realmente, antes de decidirlo, él y su esposa lo pensaron mucho, si bien no dejaron el centro de la ciudad por capricho o vanidad, sino por escapar en cierto modo del bullicio y la polución y además, esto sí era importante, por haber formado sociedad con Lita, su hija.
—Mi hija ya estará trabajando —apuntó sin preguntar.
—Sí, doctor —replicaba la enfermera con la atención y el respeto de siempre—, pero la han llamado por teléfono y en este momento está en el despacho."
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