"Han pasado mucho años desde el día que di por terminado mi diario de enfermera. Dicen que los pueblos felices no tienen historia; quizá yo fui como un pueblo feliz porque todo lo que tengo que contaros os resultaría vulgar y corriente. Es lo que sucedió y puede suceder en miles de hogares dichosos. ¿Nubecillas en el horizonte de mi felicitad? Sí, ¿quién no las tiene? Yo las he tenido como toda mujer casada, con hijos, enamorada de su marido, y con dos niñas y un niño que me dejó mamá cuando murió. Porque mamá murió un día, ¿cuándo? ¡Qué importa ello! La sentí mucho, todo lo que se puede sentir a una madre queridísima que nunca se separó de nuestro lado y se separa un día para no volver nunca más. Fernando, mi marido, me ayudó a soportarlo como a un ser superior dotado de todas las virtudes. Ha sido para mis tres hermanos como un padre amantísimo, para su hija, esta Ana Mari frágil y bonita que estudia Botánica y que me adora. Para mis dos hijos, Fernandito y Liza, y para mí el más amante de los esposos."
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