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Con una prosa en apariencia inofensiva, Joyce demuestra maestría a la hora de exponer los sentimientos y pensamientos de sus personajes. La indecisión de Eveline en el cuento que lleva su nombre; la mezcla de sensaciones de Lenehan en Two Gallants mientras hace tiempo por las calles de Dublín; la angustia contenida de Joe en Clay; la frustración de Farrington en Counterparts; la decepción de Little Chandler en A little cloud; la tristeza de Gabriel en The dead. Todas estas sensaciones se te pegan y permanecen, pegajosas, días después de la lectura.
Imaginé todas las historias sucediendo en una misma Dublín, como si el autor decidiese hacer zoom aleatoriamente en distintos puntos de la ciudad y narrar lo que le sucede a sus ciudadanos en tiempo real. Con el pasar de los cuentos Joyce logra crear un contexto, un ambiente en el cual todas las historias se enmarcan: esa Dublin tan particular que cobra vida propia bajo la pluma de Joyce.
Me sorprendió cómo algunos temas y planteos de los cuentos están plenamente vigentes en la actualidad, salvando las distancias propias de la época. Desde algo tan trivial sobre cómo darle instrucciones a un taxi para dejar a un pasajero en camino al destino final como planteos trascendentales como el contraste entre la vida de juerga y la vida familiar; los riesgos diarios que enfrentan los pre-adolescentes en las urbes; el amor enfrentado a las convenciones sociales; la influencia de la religión y la política en la vida diaria; o la identidad nacional.
En varios cuentos hay un desprecio de los personajes por la Dublin que habitan. Hay también una minimización de la importancia y el atractivo de la ciudad, en contraste con la idealizada Londres o la Europa continental. Vivir la vida, para algunos, parece sólo posible fuera de Dublín. Hoy basta con abrir redes sociales y diarios para palpar esto mismo en sociedades como la argentina.
Las lecturas que resisten tan bien el paso de los años son definitivamente buenas lecturas.