Kurt Newman miró por la ventanilla y arqueó una ceja. El tren entraba en la estación e iba poco a poco deteniéndose en el primer andén. Recogió el maletín de rica piel, lo depositó en el suelo y amontonó las dos maletas. Un mozo le preguntó si deseaba ayuda y Kurt con un gesto admitió que sí. El tren se detenía en aquel momento. Kurt miró el reloj. Las nueve de la mañana. Aún tendría tiempo de desayunar en el hotel, asearse un poco e ir luego a hacerse cargo de su nuevo empleo. Era la primera vez que visitaba Filadelfia y la gran urbe con sus edificios inmensos, sus autopistas y su tremendo tráfico le agradaba.
“Sin duda, pensó, mi desorientación espiritual podrá estacionarse al fin. Me gusta mi nuevo empleo, me gusta Filadelfia y también me gusta este ambiente de gran agitación.”
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