El play-boy de las funerarias

El play-boy de las funerarias

"La pistola seguía fría en mi mano, era una pistola pequeña, una pistola que no llegaba a pesar ni cuatrocientos gramos, una pistola de seis cartuchos del seis treinta y cinco y que apenas se podía empuñar, me sobraban dedos, una pistola en la que yo no confiaba demasiado porque era vieja y se había dejado de fabricar hacía mucho tiempo, pero me habían asegurado que era una automática bastante fiable, una Colt 25.
«Dale al gatillo, muñeco, y verás como el tipo que esté delante de ti baila por última vez», me habían dicho, y yo, para estar seguro de que no me tomaban el pelo, había quemado un par de docenas de cartuchos en un bosque, disparando contra unas latas de cerveza y puedo jurar que no se me encasquilló el arma ni una sola vez.
Confieso también que no le di al bote en todas las ocasiones, y me callo las veces que fallé, que cada cual piense lo que le dé la gana, a mí me importa un pimiento.
El tipo estaba en el suelo, a un paso de mí, calentito aún, sobre un charco de sangre. No sentí ganas de reír ni de vomitar y con la pistola en la mano, me dije:
«Jasper, eres un imbécil.»"

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