“David Rosales marcaba un número de teléfono entretanto su padre paseaba el salón de parte a parte.
David estaba nervioso y sus dedos, al introducirse en el disco telefónico, temblaban, pero su padre, Alfredo, no lo estaba menos paseando de un lado a otro como si el demonio mismo estuviera dentro de él.
—Deja ya de pasear, papá — pidió David sosegado.
Y parecía mentira que su voz resultara sosegada, cuando todo él era un puro nervio.
Alfredo dejó de pasear y se quedó plantado junto a su hijo, el cual sujetaba el auricular con las dos manos.
—David, yo no tuve la culpa.
—Después hablamos de eso, papá. Ahora deja que comunique con mamá.
—Sí — aceptó Alfredo Rosales.
—Yo no sé qué pasa aquí que tanto cuesta conectar con ella.
—Ya sabes que en ese pueblo de montaña la comunicación no es fácil.”
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