"-Buenos días, señor Lewis.
-Buenos días, señorita Bianchi.
El caballo de Zoe Bianchi pasó rozando la pequeña tapia que circundaba la finca de Bing Lewis. Zoe, jinete en el pura sangre, se alejó en dirección al pueblo, con la cabellera oscura flotando al viento. Bing Lewis la siguió con los ojos hasta que hubo desaparecido. Luego, encogió los hombros y se adentró en su casa.
Era una pequeña granja en la cual refugiaba su amargura. Ya no era un niño y había trotado mucho por el mundo creyendo quizá, que en cada trote recopilaría una satisfacción. Pero, aunque así fuera, no contaba con el final. Tal vez trató de un final como otro cualquiera, si bien a él le dolía más que a nadie. Sonrió sarcásticamente, y, apoyado en su bastión, atravesó el vestíbulo y se encerró en el despacho."
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