Ratings1
Average rating4
El libro comienza con uno de los dos fragmentos de esta obra que todo aquel que la lea guardará en su memoria, diría yo, indefectiblemente. Las 10 o 15 páginas iniciales están destinadas a una brillante descripción de aquella sensación de extrañeza y desorientación que sentimos a veces cuando recién nos despertamos. Aquel proceso, que no suele dudar más de unos pocos segundos, es desmenuzado por Proust con gran lucidez, en lo que en mi opinión constituye uno de los mejores comienzos de obra.
El otro fragmento, conocido como “la magdalena de Proust” describe con la misma destreza el proceso mediante el cual el sabor de una magdalena resulta en la evocación de un recuerdo de la niñez del protagonista.
Personalmente, lo que más me atrapó de esta obra es justamente esa capacidad de Proust de poner en palabras aquellas sensaciones que resultan casi indescriptibles. En Combray (primera parte del libro) destaca la habilidad del autor para salirse del molde tradicional y enhebrar una historia compuesta no por una sucesión cronológica ordenada de hechos, sino por la conexión de los hechos a base de percepciones, lugares, pensamientos, que van dando lugar a nuevas evocaciones. La subjetividad al mando.
No es una obra fácil, pero no porque su sintaxis o su vocabulario sean complejos, ni tampoco lo son los hechos narrados, sino porque se trata de una obra de un estilo muy distinto al contemporáneo, donde la profusión no se penaba. El autor no ahorra en descripciones, muy por el contrario, convierte -sobre todo en C0mbray- al paisaje en un factor fundamental de la historia. La segunda parte de este primer tomo, Un amor de Swann, puede pecar de algo repetitiva, aunque la genialidad con la cual Proust narra la evolución de los sentimientos de Swann valen la pena.