En el año 60 o 61 d.C., el emperador Nerón envió una expedición al corazón de África con una misión doble: informar sobre el reino nubio de Meroe y alcanzar las míticas fuentes del Nilo. Tanto Séneca como Plinio el Viejo dan cuenta de esta expedición que, por los pocos datos que nos han llegado, debió llegar muy al sur, a pesar de lo cual apenas tuvo repercusión. A partir de todo eso, nace La boca del Nilo. El tribuno Claudio Emiliano llega a Egipto con la misión de llevar a cabo el encargo de Nerón, algo que, como descubrirá enseguida, es cualquier cosa menos fácil. Desde las dificultades para conseguir dinero y soldados, hasta la oposición o incluso enemistad de los poderes romanos en Egipto, todo parece augurar dificultades. A lo largo de las páginas de la novela, viajaremos por un territorio tan exótico como temible, siguiendo siempre hacia el sur el trazado del Nilo. La expedición se enfrentará al ataque de los nómadas, a enemigos infiltrados en la caravana e incluso a disensiones internas, fruto de la rivalidad entre los dos jefes de la misma, el tribuno Emiliano y el prefecto Tito; rivalidad en la que no será ajena la embajadora de los reyes de Meroe, la sacerdotisa Senseneb. Todos en la expedición tienen un motivo bien distinto, desde el geógrafo Basílides a Agrícola, mercader a sueldo de las casas comerciales alejandrinas, pasando por Demetrio el mercenario, Paulo, un esbirro de Nerón o el rico Valerio, empeñado en convertirse en el cronista de esa expedición. Pero todos comparten algo en común: la necesidad de llegar, cada cual por un motivo distinto, a las fuentes del Nilo.
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