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El protagonista de esta novela es uno de los personajes más memorables de la literatura norteamericana: Ignatius Reilly –una mezcla de Oliver Hardy delirante, Don Quijote adiposo y Tomás de Aquino perverso, reunidos en una persona–, que a los treinta años aún vive con su estrafalaria madre, ocupado en escribir una extensa y demoledora denuncia contra nuestro siglo, tan carente de «teología y geometría» como de «decencia y buen gusto»; un alegato desquiciado contra una sociedad desquiciada. Por una inesperada necesidad de dinero, se ve «catapultado en la fiebre de la existencia contemporánea», fiebre a la que Ignatius añadirá unos cuantos grados más.
La conjura de los necios se hizo acreedora al Premio Pulitzer, y en Francia fue galardonada el año de su publicación como «la mejor novela en lengua extranjera».
«Una novela disparatada, bufa, rabelesiana y sorprendente, que rompe con los cauces habituales de la narrativa norteamericana actual. Una tragicomedia cósmica, cuya lectura hace alternar la carcajada y la angustia» (El País).
«Irresistiblemente divertida, una comedia épica en la gran tradición de Cervantes y Fielding» (Monroe K. Spears).
«Este libro se ha reseñado en todas partes, y a todos los críticos les ha entusiasmado. Por una vez, todos tenían razón» (Greil Marcus, Rolling Stone).
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2,5 estrellas
Se me hizo larguísima la lectura. Aunque tiene pasajes buenos, el libro me pareció bastante repetitivo y monotemático. Me pareció que la obra trata básicamente de Ignatius siendo Ignatius, un gordo ermitaño que detesta a las personas y a la sociedad en su conjunto (pero que exige todo de ellas) y que transita la vida guiado por una absoluta falta de empatía.
Si bien la intención del autor es la de recurrir al absurdo a través de personajes hilarantes, su humor me llegó a cuentagotas y se me hizo reiterativo. Lo caricaturezco de los personajes impide su desarrollo, por lo que una vez conocido cada uno de ellos no hacen más que repetirse durante las 400 páginas del libro.
En cuanto al famoso Ignatius Reilly, me generó principalmente -como dicen los yanquis- cringe. Me pareció un pobre tipo que construye una autopercepción de superioridad moral e intelectual como forma de negación de su propio patetismo. Si algún valor encarna el personaje en sí mismo, es justamente el de mostrar hasta qué extremos las personas pueden llegar a elaborar autoficciones para escapar de su propia realidad.
Dicho esto, he de admitir que algunas de sus observaciones me parecieron interesantes y divertidas. Y también es cierto que el personaje de Ignatius es icónico y difícil de olvidar.
Hallé interesante reflexionar cómo encajaría Ignatius en la actualidad, donde los Ignatius del mundo, facilitadas sus capacidades de comunicación y expresión a través de las redes sociales, parecen tener hoy un rol mucho más significativo en la sociedad. Me encantaría algún ejercicio artístico (quizás ya existe) de situar al personaje en un ámbito contemporáneo: ¿sería un troll que despotricaría contra todos y todo en las redes? ¿el líder de alguna agrupación conspiranoica o terraplanista? ¿o quizás candidato a Presidente?