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Tres cuentos espirituales parece una reivindicación de la narración, del acto mismo de narrar. Son tres cuentos narrados con un apuro por momentos frenético y con un estilo que se asemeja muchísimo a la oralidad. Pero, extrañamente, en ese frenesí narrativo no hay desorden: por el contrario, hay una cuidadísima elección de formas y palabras.
En el prólogo, Katchadjian alude a una frase que suprimió -pero que, en definitiva, no suprimió- de Alain Badiou, que habla de “una infernal agitación inmóvil”. Y en ese mismo prólogo, el autor refiere (o polemiza mejor dicho) que estos cuentos “van de afuera hacia adentro”. Esas son las dos claves de lecturas que, con mucha claridad, nos aporta el propio autor.
Efectivamente en los tres cuentos hay un accionar, un movimiento constante e intenso que se contrapone a una búsqueda interna, a una problematización de la propia identidad, que permanece y atraviesa todas esas peripecias. En ese sentido, es cierto también parece haber un viraje desde el afuera -las acciones narradas, puras y duras- hacia una introspección que va surgiendo sobre la marcha cada vez con mayor intensidad.
Interesante ejercicio literario.